“Dime
cómo evalúas y te diré que tipo de profesor eres”
“Con frecuencia se
dice que en la escuela se evalúa
mucho. En contra de
esta afirmación, conviene aclarar
que en ella realmente
se examina mucho, pero se
Evalúa muy poco” Bolivar, A.
Con la finalidad de que los siguientes párrafos sirvan para reflexionar críticamente
sobre un proceso, que lo impregna y condiciona todo. Deseo que tenga como
resultado la mejora de las prácticas educativas que se realizan en la
preparatoria. “Si hablamos de evaluación educativa debería ser no sólo porque
estamos evaluando fenómenos educativos, sino porque educa cuanto se hace, tanto
a los evaluadores como a los evaluados.”
La
evaluación debería ser el momento en el que quien enseña y quien aprende se
encuentren con la sana intención de aprender. Evaluamos para conocer.
Aprendemos de la evaluación. Sólo asegurando el aprendizaje podemos asegurar la
evaluación, la buena evaluación que forma continuamente, que sería además,
significativa en cuanto, catalizadora de nuevos aprendizajes.
Evaluamos
mientras aprendemos, aprendemos mientras evaluamos. Paradójicamente, el examen
rompe de un modo artificial este proceso, de equilibrio, entre el momento de la
recepción y el de la producción.
Cuando
la evaluación se realiza ajena al aprendizaje, quien es evaluado, acude como
recurso de salvación al momento de la recepción. Cuando la evaluación y el
aprendizaje se dan simultáneamente, quien es evaluado produce, crea,
discrimina, imagina, analiza, duda, necesita contrastar, se equivoca y
rectifica, elabora respuestas, formula preguntas, surgen las dudas, pide ayuda,
busca en otras fuentes, evalúa. Es decir, pone en funcionamiento el
conocimiento y su capacidad argumentativa. Actúa de un modo consciente y
responsable sobre su propio aprendizaje.
El
objetivo es que quien aprende utilice en sus evaluaciones, los criterios
destinados a justificar su propia valoración, su propio juicio. Al hacerlo,
necesariamente tendrá que poner en práctica su conocimiento.
A
partir de esta promesa, las finalidades y los objetivos de la evaluación
adquieren otro sentido y deben llevar necesariamente a otras formas de acción.
Hay
ciertas acciones en el proceso de escolarización, que se realizan y legitiman
sobre rituales asentados en creencias no siempre verificadas, pero que
despiertan expectativas que se generan según la fe que se deposita en ellas y
en los fines y las funciones que se confía que desempeñen.
En
el campo de la evaluación, creencias, expectativas, fe y confianza en los fines
y en las funciones, dan por recorridos muchos caminos, antes de averiguar de
qué caminos se trata y, sobre todo, si merece la pena recorrerlos. Cabe decir
del sistema de evaluación, que lleva a prácticas tan poco razonables desde el
interés, por la formación de los sujetos a los que se dirige, que difícilmente
superaría cualquier prueba de examen –examen o pruebas objetivas tipo test,
sobre todo- como por las disfunciones que provoca (tensión, fracaso, abandono,
exclusión, selección, decisiones predictivas que nunca se cumplen,
clasificación y jerarquización…).
Probablemente
una razón sostenible se debe a que las prácticas de evaluación se realizan
desconectadas de las concepciones educativas a las que deben servir. Basta pensar
en el tipo de ciudadano, que el sistema de educación básica se propone formar,
para ver las distancias que separan este propósito de prácticas de evaluación
que producen tanta exclusión, tanto fracaso y tantos fracasados.
La
forma más habitual de evaluar consiste en la aplicación de técnicas y
artificios que fueron pensados para funciones y fines distintos al sentido
formativo de la educación. Al instrumento utilizado, confundido con el proceso
al que debe servir, se le atribuye un valor añadido, para desempeñar simultáneamente
funciones diferentes, sin reparar en que muchas de ellas son contrarias al
propio discurso que las expresa, y en que otras no se pueden desempeñar, por el
escaso valor que aportan las informaciones que nos llegan, debido a la
inadecuación de los instrumentos que se emplean.
Por
encima de estos usos y ejercida de un modo sutil en las inmediaciones del aula,
pero evidente por las consecuencias que arrastra, la evaluación, más que un
medio de fomentar los fines educativos del desarrollo y emancipación
individuales, se utiliza como instrumento de exclusión a lo largo del proceso
de escolarización, mediante procedimientos que seleccionan y marginan,
perjudicando las oportunidades educativas, posteriores de muchos alumnos. Por
esta vía, la evaluación educativa ha llegado a ser, como la clase, un aparato
de exclusión (Bates, 1984; Lerena, 1980, Pág. 283).
Mtro.
Juan Antonio Castañeda Arellano
Director
Preparatoria 8
Universidad
de Guadalajara
Imagen
de la película “Pink Floyd The Wall”, Alan Parker 1982
Comentarios
Publicar un comentario